Alberto Híjar Serrano
Justino Fernández.
LeerDescubrimos a José Hernández Delgadillo en la II bienal Interamericana, en 1960. Aquellos cuadros de grandes dimensiones, en blanco y negro, de un expresionismo sintético original, parecían no tener antecedentes. Eran obras modernas con imágenes llenas de vida, abstractas y monumentales. No podían, ciertamente, pasar desapercibidas y se les otorgó una mención de honor. Al año siguiente concurrió a la Bienal de París y obtuvo un premio. La inconfundible personalidad de su obra había sido advertida.
Hernández Delgadillo parecía haber surgido de la nada, del aire, pero había alcanzado un nivel expresivo que no se logra sin estudio, vocación y talento. En efecto, su gusto por el dibujo y el arte en general le hizo radicarse en México desde 1945 para estudiar pintura. Nueve años más tarde presentó una exposición. Trabajó como dibujante de arquitectura; pasó por la escuela llamada La Esmeralda, realizó altos relieves y pinturas murales. Así, cuando se dio a conocer en 1960, hacía más de quince años que dibujaba y pintaba con gusto y con entusiasmo.
Lo anterior explica algo de sus antecedentes, pero no tiene explicación cómo llegó a una manera de expresión tan sintética, refinada, intelectual y emocionante. Con sus clara inteligencia y su aguda sensibilidad continuó su obra, hasta que su nueva exposición en la Galería Misrachi en 1962. ¿Nueva?, más bien debe considerarse la primera, pues por fin, en ella fue posible ver un conjunto de sus obras características, que representaban sus cualidades y posibilidades. Siempre activo, sus dibujos y cuadros de varias dimensiones se han multiplicado y hoy día no cabe la menor duda de que es un valor verdadero en el panorama de la joven pintura mexicana.
En las obras de Hernández Delgadillo es evidente el sentido de lo monumental y cierto clasicismo de fondo, que combina con un expresionismo personal, lo que parece una contradicción en los términos, pero que no lo es por la síntesis a que sabe llegar ambas corrientes. Clasicista es por el intelectualismo que tienen sus formas, por la clara presentación de sus temas sin abigarramientos, pues una imagen es suficiente para decirlo todo, y clasista es el fondo sereno en el que surge una cabeza en que concentra la emotividad expresionista. La sabiduría del pintor y tacto y su finura de gusto hacen el resto. En ocasiones un velado color sensualiza las formas. La materia en su pintura es delgada y transparente, por lo general, cuando no se empeña en texturas pastosas; maneja las manchas a su antojo para hacer resaltar las formas o disimularlas, según conviene. El resultado son obras de gran equilibrio, que cuando alcanzan el punto justo producen la emoción auténtica, necesaria al arte.
Sus gigantes –imágenes de hombres y mujeres, cuerpos desnudos completos o fragmentados, con cabezas de extraordinaria expresión, a veces chicas a veces grandes, con sus rasgos insinuados, descompuestos, y con ojillos minúsculos- significan su interés humanista. El sufrimiento del hombre va parejo con sus ansias de vuelo y con el goce sensual. El arte de Hernández Delgadillo es sutil y provocativo, no obstante su aparente claridad y calma. Sugiere, más que dice, sus ideas y sentimientos a la perfección. Que nos recuerda vagamente ciertas formas escultóricas modernas europeas y, de manera más cercana, a nuestros cráneos prehispánicos, no es sino prueba de su talento y capacidad de pintor.
Complace que la pintura mexicana cuente con un artista así, que inicia su vuelo –y sus sufrimientos- con seguridad en sí mismo, con decidida voluntad de creación, con sentido poético genuino y con excelentes augurios. Hernández Delgadillo ha creado nuevos signos para habérselas con la realidad y su obra se encuentra a tono con nuestro tiempo histórico.
“José Hernández Delgadillo. Primera exposición del pintor en Madrid, Galería Biosca. Del 18 de enero al 6 de febrero de 1963”, en catálogo de las exposiciones de arte de 1963, suplemento del número 33 de los anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, México, 1964.